LA ETERNIDAD Y UN DIA





En su Cuaderno de notas, Leonardo Da Vinci afirma que la pintura es de las artes la más grande, por ser la única capaz de develarnos, a través del sentido de la vista, un reflejo profundo, complejo y verosímil de la naturaleza que nos rodea. Siguiendo esta línea de pensamiento, el cine vendría a ser un discípulo fiel de la pintura. Y es su virtud también su estructura; veinticuatro fotogramas por segundo reflejan una naturaleza en movimiento y en cambio, todo a la vez. Theo Angelopoulos es menos un cineasta que un pintor. Con un cambio de elementos, que desfilan de la lente a la foto y de la foto a la erosión, su arte se escalona en pinceladas, en vaivenes que exaltan la vida y la exoneran de toda desgracia. Al final de cuentas, son sus personajes, dotados de poesía y humanidad, un dibujo que se diluye en palabras, en escenarios artificiosos pero no irreales, en la trémula consagración de la tragedia, la muerte, la felicidad y el amor. En "La eternidad y un día", Angelopoulos nos deja en claro su capacidad de conmover sin caer en lugares comunes ni cursilerías. Su moral es la del alma y no la de la razón. Agota los pensamientos con cuadros perfectos, sin extravagancia y con desdeñosa pretensión, con un guión que se sostiene por si solo.Te propongo el ejercicio de detener el film en cada escena, en cada cuadro, y esta imagen será siempre un suceso aislado pero a su vez constitutivo, como la hoja de un árbol que sin desprenderse de tal, baila junto al viento en su propia pulsión.  Porque es en lo estático y no en la permanencia en donde encuentra su eternidad, porque es en el centro y no los márgenes en donde se agolpan sus duelos, es Angelopoulos, ante todo, un pictórico. 
 
 

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